JUAN GARCÍA OLIVER
Juan García Oliver nació en
1901, en el seno de una familia obrera de la localidad tarraconense de Reus.
Como hijo de su clase y de su tiempo, disfrutó de una infancia con penurias y
de un paso fugaz por la escuela. No era todavía un adolescente cuando tuvo que
trabajar como camarero en Reus, en Tarragona y, finalmente, en Barcelona.
Su llegada a la capital catalana
coincidió con los años de crecimiento y consolidación de la CNT a la que se
afilió, como la mayoría de los trabajadores de Barcelona y sus contornos.
Participó activamente en la fundación del Sindicato de Camareros que tras el
Congreso de Sans de 1918 se integró en el Sindicato Único de la Alimentación.
Después, volvió a su Reus natal con el propósito de reorganizar la CNT en una
de las pocas ciudades catalanes en las que la UGT era la primera fuerza
sindical.
Pero el pistolerismo patronal y
su enfrentamiento con los grupos de autodefensa de la CNT imprimieron un giro
decisivo en su vida. Los atentados contra Ángel Pestaña, en septiembre de 1922,
y Salvador Seguí el noi del sucre, el
10 de marzo de 1923, se vengaron con la muerte del cardenal de Zaragoza, Juan
Soldevila Romero, el 4 de junio de 1923, y del antiguo gobernador civil de
Vizcaya, Fernando González Regueral, el 17 de mayo de 1923. De estos últimos asesinatos
se responsabilizó al grupo de afinidad Los Solidarios, articulado en torno a
Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Juan García Oliver, con el que ocasionalmente
colaboraban otros militantes cenetistas.
La encarnizada persecución policial
se saldó con la detención y muerte de algunos de sus miembros y el inicio de un
largo peregrinaje para Durruti y Ascaso. Por su parte, Juan García Oliver volvió
a Cataluña y fue detenido en Manresa, pero defendido con eficacia por el
abogado Eduardo Barriobero Herrán, sólo fue condenado a un año de prisión, que
cumplió en el penal de Burgos.
Cuando fue puesto en libertad se
marchó a París, donde Los Solidarios habían abierto la Librería Internacional.
Participó en el ambiente conspirativo de los exiliados españoles que desde
Francia luchaban para derrocar la Dictadura de Primo de Rivera con proyectos
más o menos descabellados animados por anarquistas, republicanos, catalanistas
o intelectuales; sabemos que García Oliver estuvo implicado en un atentado
frustrado contra el rey Alfonso XIII. La ineficacia de los exiliados y la
crisis del régimen primorriverista le decidieron a volver a España, donde
rápidamente fue detenido y condenado, motivo por el que la proclamación de la
Segunda República le encontró de nuevo en el penal de Burgos.
Pero la España de 1931 no era la
de 1923. Otros militantes anarquistas habían utilizado el ya legendario título
de Los Solidarios, así que Durruti, Ascaso y García Oliver decidieron
rebautizar a su grupo con el nombre de Nosotros. Además, en 1927 se había
fundado la Federación Anarquista Ibérica (FAI), una red de grupos que defendía
una línea intransigentemente anarquista, pero en la que ellos no participaban.
En contra de lo que tantas veces se ha repetido, el grupo Nosotros no se
integró en la FAI hasta 1933 y aún después se mantuvo ajeno a la disciplina
faísta. Durante los años de la Segunda República, Juan García Oliver vivió las difíciles
circunstancias que sufrió el anarcosindicalismo español. Volvió a trabajar como
camarero en Barcelona, pero también participó en los innumerables conflictos sociales
de aquellos años, así que en 1933 regresó a la cárcel por participar en la
agitación insurreccional.
Fue la Guerra Civil la que
agigantó al personaje, enfrentado a una difícil dualidad. Como hombre
pragmático, destacó en los primeros días de la rebelión militar por su firme
decisión, sus enormes dotes de organizador y su inagotable capacidad de
trabajo, puestas a prueba en el unitario Comité Central de Milicias
Antifascistas. Como teórico, defendió la propuesta de “ir a por el todo”, es
decir, de que la CNT se hiciese con todos los resortes del poder y que,
marginando al resto de fuerzas antifascistas, llevase adelante una revolución
social de indudable carácter libertario.
Espíritu contradictorio que le
hizo aparecer como intransigente, pero que le llevó a aceptar no sólo el cargo
de ministro, sino a asumir la cartera de Justicia; que siempre le hizo renegar
de su paso por el gobierno, pero del que podía ofrecer un balance
extraordinario: puso fin a las ejecuciones extrajudiciales, equiparó legalmente
al hombre y la mujer y fijo la mayoría de edad en 18 años, estableció un
régimen carcelario humanitario, aprobó reformas de calado en el Derecho Civil…
Al terminar la Guerra Civil,
salió de España y después de un accidentado viaje, con etapas en Francia,
Suecia, la Unión Soviética y los Estados Unidos, llegó a México y se estableció
en la capital federal para, más adelante, residir en la ciudad de Guadalajara. En
la república azteca manifestó de nuevo su espíritu contradictorio. Desde un
primer momento, se puso a la cabeza del grupo de exiliados libertarios
partidarios de colaborar con las instituciones republicanas trasterradas y
colaborar con los partidos políticos en la caída del régimen franquista; de
hecho, a esa corriente se la conoció con el nombre de Ponencia por un texto que
él mismo había defendido; así lo hizo en todas las crisis del Movimiento
Libertario español en México: la de 1942, la de 1945 y la de 1947. Una opción
sorprendente en quien había apoyado el golpe casadista contra Negrín.
La dinámica española e
internacional fueron erosionando las posibilidades de sustituir al gobierno de
Franco por un gabinete unitario y la República española en el exilio se fue
quedando sola. Poco a poco, la mayoría del movimiento libertario optaba por
recluirse en los cuarteles de invierno o por enfrentarse con las armas al
dictador y su estrategia posibilista fue perdiendo apoyos, como se puso en
evidencia en agosto de 1961 en el Congreso anarcosindicalista de Limoges.
En México ingresó en la
Masonería, que le proporcionó una generosa ayuda, gracias a la cual obtuvo “un
trabajo seguro y bien remunerado” como representante de comercio, más cómodo
que los de camarero o barnizador que había desempeñado en España o en su breve
exilio francés. Sin el heroísmo de Buenaventura Durruti, sin la constancia de
Federica Montseny y sin la coherencia de Cipriano Mera, habría pasado a la
trastienda de la Historia si no hubiese escrito ese ajuste de cuentas personal
y ese monumento al ego herido que se llama El
eco de los pasos.
Fuentes:
CALERO DELSO, Juan Pablo. El gobierno de la anarquía. Madrid,
Síntesis, 2011.
GARCÍA OLIVER,
Juan. El eco de los pasos. Barcelona.
Ruedo Ibérico. 1978.
JPC
Hola me podrían ayudar, me gustaría saber el cementerio donde se encuentra Juan García Oliver, les agradecería mucho si tiene el dato
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