JUAN HERNÁNDEZ SARAVIA
Juan Hernández
Saravia nació el 24 de julio de 1880 en Ledesma (Salamanca). Estudió en la Academia de Artillería de
Segovia, incorporándose como teniente de Artillería en 1903.
Entró en
contacto con los núcleos republicanos a raíz de su amistad con Manuel Azaña, a
quien conoció en 1925. En 1926, el conflicto desatado en el Arma de Artillería,
con motivo del decreto de unificación de los ascensos en todas las armas
militares firmado por Primo de Rivera, motivó la rebeldía de los artilleros y
la supresión completa de la Artillería. A
partir del conflicto artillero, Juan Hernández Saravia participó en todos los
movimientos que pretendían derribar la Dictadura y la Monarquía , profundamente
ligado al grupo de republicanos que encabezaba Manuel Azaña. Implicado en el
movimiento dirigido por José Sánchez Guerra en 1928, asumió la responsabilidad
de atraer a la rebelión el mayor número posible de guarniciones. En 1929 surgía
la Agrupación Militar
Republicana (A.M.R.) en la que desempeñó un importante papel junto a otros
militares republicanos como Arturo Menéndez,
Ramón Franco, Antonio Cordón, Felipe Díaz Sandino y Alejandro Sancho
Subirats. Participó en la organización del movimiento militar prorrepublicano
en diciembre de 1930, como consecuencia del cual fue detenido.
Paralelamente,
Juan Hernández Saravia desarrollaba un catolicismo practicante, asumiendo los
votos como monje seglar perteneciente a la orden de los Terciarios Carmelitas,
que profesó hasta el final de su vida.
En 1931, con la
llegada de Manuel Azaña al ministerio de la Guerra , fue nombrado jefe del Gabinete Militar
del ministro, puesto en el que dirigía el organismo de reciente creación
destinado a ofrecer asesoramiento técnico y profesional al nuevo ministro
civil. Sin embargo, en la práctica su tarea fue más importante, interviniendo
en la elaboración y ejecución de las reformas militares y desempeñando tareas
de control y vigilancia dentro de un cuerpo que estaba en permanente estado de
alerta por el riesgo de rebeldía.
La estrecha
relación entre Manuel Azaña y Juan Hernández Saravia fue decisiva a lo largo de
su carrera.
En 1934, ante el
riesgo de que los Gobiernos de derechas utilizaran el ejército para reprimir
los movimientos populares, solicitó excedencia dentro del Ejército y se dedicó
a tareas de secretaría para Manuel Azaña y para la recién creada Izquierda
Republicana. Prestó su colaboración en la Unión Militar de Republicanos
Antifascistas (UMRA), que había surgido como una organización encargada de
controlar los movimientos reaccionarios dentro del Ejército. Con el triunfo del
Frente Popular, en febrero de 1936, fue designado secretario particular,
especializado en asuntos militares, del nuevo presidente del Gobierno y después
de la República ,
Manuel Azaña. Sus tareas no le apartaron, sin embargo, de sus compromisos con la UMRA , que trataba de
interferir en los planes de conspiración militar que se preparaban durante la
primavera y el verano de 1936.
A pesar de las pruebas que los oficiales comprometidos
con la UMRA
aportaban a los miembros del Gobierno, la actitud de éste fue pasiva y ajustada
a los límites de la más estricta legalidad, situación en la que Juan Hernández
Saravia actuó como mediador entre el Gobierno y la UMRA , obteniendo escasos
resultados.
Tras el
golpe de julio de 1936, capitaneó a los
hombres de la UMRA
para obtener el control de los puestos vitales en el control militar, desde el
Ministerio de la Guerra
y sin ningún nombramiento. Durante algunos días desempeñó el puesto de ministro
oficiosamente, ante la incapacidad del nuevo ministro de la Guerra , Luis Castelló, de
asumir sus funciones por problemas de salud. El día 7 de agosto fue nombrado
oficialmente ministro de la Guerra. Durante
su actuación, acometió la fase más comprometida de la guerra: la creación de
las milicias y su imbricación con el ejército regular, en un período caótico en
el que las regulaciones gubernamentales eran poco más que papel mojado.
Destituido en el
nuevo Gobierno de Largo Caballero, en septiembre de 1936 pasa a desempeñar
tareas como jefe del ejército de Córdoba, donde fue responsable de la pérdida
del sector cordobés-extremeño, durante el invierno de 1936, por lo que fue
destituido y pasó a dirigir la Defensa
Especial contra Aeronaves (DECA)
El triunfo más
importante de su carrera militar lo lograría en la dirección del Ejército de
Levante, puesto en el cual consiguió la toma de Teruel, como consecuencia de lo
cual fue ascendido al grado de general de Brigada.
Nombrado jefe
del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental
-que englobaba la jefatura del Ejército del Este, dirigido por el anarquista
Juan Perea, y del Ejército del Ebro, dirigido por el comunista Modesto-,
dirigió las batallas del Ebro y la defensa de Cataluña, en los momentos finales
de la Guerra. Enfrentado
con Juan Modesto, fue destituido por el jefe del Estado Mayor Central, Vicente
Rojo, el 27 de enero de 1939, fecha en la que comenzaba su exilio.
Instalado en el
pueblo de Eguilles, en Francia, y posteriormente en Marsella, pasó el tiempo de
la Segunda Guerra
Mundial, con un pequeño apoyo económico de la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles.
Aislado tras la muerte de Manuel Azaña, a quien asistió hasta sus últimos
momentos de vida, participó en el Gobierno de la República en el exilio
presidido por José Giral como ministro de Defensa. En 1947, volvió a participar
en el Gobierno del republicano Álvaro de Albornoz. En 1950 toma la decisión de
salir hacia México donde ya residía prácticamente su familia al completo.
Con 70 años de
edad, viajó en el Saturnia hacia
México D.F. donde se instaló junto con sus hijos, recuperando el contacto con
amigos exiliados como Santos Martínez Saura, Leopoldo Menéndez, Lola de Rivas y
con los militares exiliados.
Hernández
Saravia entró en contacto con la comunidad de carmelitas que había en México y
reanudó sus hábitos como terciario carmelita. Participó como congresista activo
y delegado de la Venerable Orden
Tercera del Carmen de México en el Primer Congreso Nacional de Terciarios
Carmelitas que se desarrolló en el año 1953 en Ciudad de México, que tuvo una
importante repercusión en el ámbito de América Latina.
A caballo entre
el Distrito Federal y Acapulco, donde residían sus hijos, durante la década de
los cincuenta estuvo en contacto con la vida política, a través de su relación
con las instituciones del exilio español. Participó en la organización del
homenaje de los exiliados al ex presidente Lázaro Cárdenas. Acrecentó sus
contactos con el Gobierno de la
República en el exilio cuando el general Emilio Herrera
asumió el Ministerio de Asuntos Militares. Herrera consideraba a Hernández
Saravia una institución dentro del republicanismo histórico. Meses después de
un encuentro personal en México en 1959 entre ambos generales, Emilio Herrera
era nombrado presidente del Gobierno de la República en el exilio. El 3 de junio de 1960, se
promulgaba el decreto de creación del Consejo de Defensa de la República Española ,
que se convertía en un organismo delegado del Gobierno de la República en México y
Juan Hernández Saravia era propuesto como vicepresidente, ocupando Bernardo
Giner de los Ríos la presidencia. La labor del Consejo era mantener vivas las
instituciones republicanas en México,
las Antillas y Centroamérica. El puesto de Juan Hernández Saravia era
esencialmente representativo y se encontraba en activo en su desempeño cuando
falleció, el 3 de mayo de 1962.
MA
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